martes, 20 de octubre de 2009

CONQUISTA Y DESDÉN

Estaba molesta. Habían abollado el carro en el que mi hermano me llevaba a la fiesta a la que estaba invitada. Mi compañero para el baile de esa noche, me había dejado plantada sin ninguna explicación.Así que por culpa de la indignación que sentía, no acepté salir a bailar con el amigo de Gabriela, una compañera de estudios, (ni esa vez, ni en ninguna de las ocasiones que lo hizo a través de la noche).
Al día siguiente, lo volví a encontrar. Esta vez, se acercó a mi con el pretexto de preguntarme algo. Internamente, me intrigaba saber quién era y de dónde había salido, sin embargo, fuí cortante al responder, de manera que el individuo no insistió más y pude desentenderme de el, en medio de los chistes y las canciones interpretadas por todos los presentes.
Dos meses después, llegó Gabriela con una invitación para visitar un barco mercante, en la cual aoarecía mi nombre completo junto con el de otras personas conocidas. Este detalle despertó mi curiosidad. Gabriela con picardía guiñó un ojo diciendo que era el joven que conocí la noche de la fallida fiesta.
Pudo más la curiosidad por conocer el barco que mi orgullo y mi dignidad mal entendida, que acepté formar parte del grupo de invitados. Era la primera vez que veía un navío en su interior.
Carlos Arturo, me dedicó toda su atención y me colmó de galanterías. Por verguenza ante mi comportamiento anterior, fuí cordial, manteniendo mis reservas y mi distancia.
El era un ingeniero naval que trabajaba en la Flota Mercante. Un marino, los marinos siempre han tenido fama de mujeriegos, pensé y decidí no hacer caso a sus zalamerías. No conté con la persistencia de cazador nato del género masculino ante la presa que se le escabulle. Con mi actitud, obtuve exactamente lo opuesto a mis deseos. Mientras más lo rechazaba, más se empecinaba en cortejarme. Hizo honor a su uniforme, cada vez que me veía, se acarecaba con una caña de pescar. Siempre usaba un cebo diferente, unas veces era un frasco de perfume francés, otras veces eran objetos curiosos. En ocasiones eran cigarrillos de marcas extrañas los que utilizaba para intentar mi captura. No cedía, estaba en juego mi seriedad.
Por su trabajo, permanecía uno o dos meses en altamar, por cada dos o tres días en el puerto. Siempre que llegaba a la ciudad, me hacía llegar su invitación. Aunque esta circunstancia me halagaba y alimentaba mi ego, continuaba sin darle importancia. Eso si, jamás rechacé sus invitaciones y sus regalos. Así poco a poco, con amabilidad, un poco de astucia y buenas carnadas, después de año y mediode insistir en la conquista, estaba enamorada de el haasta el tuétano.
Acepté, por fin, que me besara y nos hicimos novios. Hasta ahí le llegó el juicio. A partir de ese momento, también lentamente, fué sacando las uñas y se volvió descarado. Todas las mujeres que podía ver por encima de mi cabeza (el medía cerca de un metro noventa de estatura), eran animalitos de presa para él. - De lagartija para arriba, todo es cacería.- decía el desvergonzado, ingeniandose para coquetear y sacar a bailar a otras mujeres en las fiestas y reuniones a las que asistíamos.
Llegó a tal punto su desfachatez, que por fuerza me dí cuenta, reclamando su actitud con disgusto en medio de una reunión.
Para quedar bien ante los amigos presentes, que escuchaban sin querer nuestro alegato, dijo en voz alta, para dejarme mal y ninguno se quedara sin oir.
- Me importa poco que te pongas brava y pelees conmigo, porque yo tengo una novia de puerto en puerto.-
Yo, que estaba iracunda, no me pude contener y me las desquité inmediatamente, contestándole en voz aún más alta.
- Qué me importa, yo tengo un novio de puerta en puerta.-